viernes, 25 de agosto de 2017

El jorobado de Notre Dame (1939), de William Dieterle




           Adaptación de la obra maestra de Victor Hugo “Nuestra Señora de París”, remake de la versión de 1923, la historia sigue a un conjunto singular de personajes: un campanero sordo y contrahecho, un joven poeta soñador, y un perverso archidiácono, alrededor del juicio a una bailarina gitana, Esmeralda, de la cual están todos enamorados. Los hechos suceden en el París de finales del siglo XV, alrededor de la portentosa Catedral de Nuestra Señora.
            Esta injustamente olvidada cinta de William Dieterle constituye tal vez el acercamiento más logrado a la obra del gran escritor francés. Se puede decir que la mayor parte de su valor se debe a tres elementos: la historia, las interpretaciones y la arquitectura.
            La obra comienza con una conversación entre el entonces rey de Francia, Luis XI, y el arcediano Jehan Frollo, quienes discuten sobre el reciente descubrimiento de la imprenta y sus consecuencias en la sociedad, así como sobre la Arquitectura como principal vía de expresión humana hasta ese entonces. La imprenta, invención a la que Hugo culpa en su novela de haber destronado a la Arquitectura como madre de las artes, en favor de la Literatura, (¿Qué habría dicho el escritor de la invención del cinematógrafo?), tiene en la película un papel de mayor importancia en el desarrollo de los hechos que en el libro, influyendo directamente en el destino final de los personajes.
            Esto se justifica en que para poder rodar una obra literaria de gran extensión en un par de horas y poder al menos dar una idea de los temas que ella abarca, es necesario una serie de cambios importantes, tanto en las características de los personajes, como en la naturaleza y el desarrollo de los hechos. Por ejemplo, se potenció el amor entre Esmeralda y Gringoire para lograr un final creíble y adecuado para la época (el final de la novela sería demasiado terrible para el público de ese entonces; no es lo mismo la imagen que produce la prosa de Hugo que los hechos visualizados en la pantalla grande), así como la maldad del arcediano Frollo, que permite desarrollar mejor al personaje en menos tiempo. Es recomendable, aunque no estrictamente necesario, leer el libro antes de ver la película.
            En definitiva, el guion me parece excelente, incluso cuando los que leyeron la novela seguramente extrañarán algunos personajes, o les costará aceptar su distanciamiento de los de la obra literaria, como son los casos de Phoebus y de la cabra. 


Sobre los actores que conforman el reparto, hay que decir que la elección para cada personaje fue muy apropiada. Quien escribe imaginó mientras leía la novela a la hermosa Teresa Wright en la piel de Esmeralda, pero no puede negar que Maureen O´Hara era la segunda mejor opción posible.  
Las interpretaciones son todas fantásticas. Charles Laughton ofrece aquí probablemente la mejor de sus composiciones. Un Quasimodo que se acerca más que nadie a su par literario. Sorprende mucho lo ágil que se ve el actor balanceando las campanas y moviéndose de un lado a otro en las altas torres sembradas de monstruosas estatuas, como un verdadero salvaje, a pesar de su natural sobrepeso y de todo el maquillaje que llevaba encima. Su interpretación resulta tan real, tan auténtica, que la imagen y lo que esta produce al espectador se vuelven recuerdos imborrables (el efecto que su mirada y su voz producen en el momento en que pide agua en la picota es impresionante, capaz de conmover al espectador menos sensible). No por nada es uno de los mejores actores de la historia del cine; estaba dotado de una gran sensibilidad y un extraordinario talento para medir la intensidad de sus movimientos, de sus gestos, de sus expresiones.
Los demás actores también realizan una labor notable, destacando a una joven (y bella) Maureen O´Hara y al brillante Sir Cedric Hardwicke, en una de sus mejores interpretaciones, en la piel de Jehan Frollo.
Otro elemento que hace que la obra funcione es su arquitectura (uso este término para referirme a lo que otros llaman decorado, que es, como dijo Buñuel, algo más bien propio del teatro). La ambientación es sencillamente brillante, tanto desde la perspectiva histórica como la artística. Con mucha inteligencia el arquitecto monta un París lóbrego y misterioso, fascinante, mágico, en completa armonía con lo que allí sucede, de una fuerza visual incomparable. En este ambiente los personajes deambulan de forma muy natural, produciéndose una fuerte sensación de unidad.
La cinta tiene un buen ritmo, dado por un montaje correcto y una sólida fotografía. La perspectiva de los planos es, generalmente, adecuada, aunque tal vez no la mejor posible en todos los casos. Una escena que debe ser especialmente destacada (spoiler) es la del enfrentamiento final, cuando Quasimodo salva a Esmeralda de la locura de Frollo. Esta secuencia, ciertamente muy expresionista, muy bien fotografiada, constituye un excelente ejemplo de buen uso del sonido y de la música en el cine. Se opta por un completo silencio, apenas interrumpido por los gemidos del jorobado, las corridas por las escaleras y el sonido de las campanas, que luego, al concluir la secuencia, necesariamente deja lugar a una melodía final.

            En fin, un trabajo imprescindible para todo buen cinéfilo, altamente recomendable para aquellos que disfrutaron el libro. 



Nota: 10/12















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