Adaptación de la obra maestra de Victor Hugo “Nuestra
Señora de París”, remake de la versión de 1923, la historia sigue a un conjunto
singular de personajes: un campanero sordo y contrahecho, un joven poeta
soñador, y un perverso archidiácono, alrededor del juicio a una bailarina
gitana, Esmeralda, de la cual están todos enamorados. Los hechos suceden en el
París de finales del siglo XV, alrededor de la portentosa Catedral de Nuestra
Señora.
Esta injustamente olvidada cinta de William
Dieterle constituye tal vez el acercamiento más logrado a la obra del gran
escritor francés. Se puede decir que la mayor parte de su valor se debe a tres
elementos: la historia, las interpretaciones y la arquitectura.
La obra comienza con una
conversación entre el entonces rey de Francia, Luis XI, y el arcediano Jehan
Frollo, quienes discuten sobre el reciente descubrimiento de la imprenta y sus
consecuencias en la sociedad, así como sobre la Arquitectura como principal vía
de expresión humana hasta ese entonces. La imprenta, invención a la que Hugo
culpa en su novela de haber destronado a la Arquitectura como madre de las
artes, en favor de la Literatura, (¿Qué habría dicho el escritor de la invención del cinematógrafo?),
tiene en la película un papel de mayor importancia en el desarrollo de los
hechos que en el libro, influyendo directamente en el destino final de los
personajes.
Esto se justifica en que para
poder rodar una obra literaria de gran extensión en un par de horas y poder al
menos dar una idea de los temas que ella abarca, es necesario una serie de
cambios importantes, tanto en las características de los personajes, como en la
naturaleza y el desarrollo de los hechos. Por ejemplo, se potenció el amor
entre Esmeralda y Gringoire para lograr un final creíble y adecuado para la
época (el final de la novela sería demasiado terrible para el público de ese
entonces; no es lo mismo la imagen que produce la prosa de Hugo que los hechos
visualizados en la pantalla grande), así como la maldad del arcediano Frollo, que
permite desarrollar mejor al personaje en menos tiempo. Es recomendable, aunque
no estrictamente necesario, leer el libro antes de ver la película.
En definitiva, el guion me parece excelente, incluso cuando los que leyeron la novela seguramente extrañarán algunos personajes, o les costará aceptar su distanciamiento de los de la obra literaria, como son
los casos de Phoebus y de la cabra.
Sobre los actores que conforman el reparto, hay que
decir que la elección para cada personaje fue muy apropiada. Quien escribe
imaginó mientras leía la novela a la hermosa Teresa Wright en la piel de
Esmeralda, pero no puede negar que Maureen O´Hara era la segunda mejor opción
posible.
Las interpretaciones son todas fantásticas. Charles
Laughton ofrece aquí probablemente la mejor de sus composiciones. Un Quasimodo
que se acerca más que nadie a su par literario. Sorprende mucho lo ágil que se
ve el actor balanceando las campanas y moviéndose de un lado a otro en las altas
torres sembradas de monstruosas estatuas, como un verdadero salvaje, a pesar de
su natural sobrepeso y de todo el maquillaje que llevaba encima. Su
interpretación resulta tan real, tan auténtica, que la imagen y lo que esta
produce al espectador se vuelven recuerdos imborrables (el efecto que su mirada
y su voz producen en el momento en que pide agua en la picota es impresionante,
capaz de conmover al espectador menos sensible). No por nada es uno de los mejores
actores de la historia del cine; estaba dotado de una gran sensibilidad y un
extraordinario talento para medir la intensidad de sus movimientos, de sus gestos,
de sus expresiones.
Los demás actores también realizan una labor notable,
destacando a una joven (y bella) Maureen O´Hara y al brillante Sir Cedric
Hardwicke, en una de sus mejores interpretaciones, en la piel de Jehan Frollo.
Otro elemento que hace que la obra funcione es su
arquitectura (uso este término para referirme a lo que otros llaman decorado,
que es, como dijo Buñuel, algo más bien propio del teatro). La
ambientación es sencillamente brillante, tanto desde la perspectiva histórica
como la artística. Con mucha inteligencia el arquitecto monta un París lóbrego y
misterioso, fascinante, mágico, en completa armonía con lo que allí sucede, de
una fuerza visual incomparable. En este ambiente los personajes deambulan de
forma muy natural, produciéndose una fuerte sensación de unidad.
La cinta tiene un buen ritmo, dado por un montaje correcto y una sólida fotografía. La perspectiva de los planos es, generalmente, adecuada, aunque tal vez no la mejor posible en todos
los casos. Una escena que debe ser especialmente destacada (spoiler) es la del
enfrentamiento final, cuando Quasimodo salva a Esmeralda de la locura de
Frollo. Esta secuencia, ciertamente muy expresionista, muy bien fotografiada, constituye
un excelente ejemplo de buen uso del sonido y de la música en el cine. Se opta
por un completo silencio, apenas interrumpido por los gemidos del jorobado, las
corridas por las escaleras y el sonido de las campanas, que luego, al concluir
la secuencia, necesariamente deja lugar a una melodía final.
En fin, un trabajo imprescindible
para todo buen cinéfilo, altamente recomendable para aquellos que disfrutaron el
libro.
Nota: 10/12
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